lunes, 12 de enero de 2009

Mariachi

Luis Omar Montoya Arias
Universidad Autónoma de Sinaloa
Maestría en Historia
puropadelante01@yahoo.com.mx

Revisión Historiográfica del Mariachi

Qué se ha escrito sobre el mariachi, símbolo de la mexicanidad en el mundo entero, considerando la incursión, presencia, permanencia e importancia del mismo en países como Alemania, Francia, España, Estados Unidos, Colombia, China y Japón, es la pregunta central de esta parcial revisión historiográfica; misma que será un facilitador, una guía para saber dónde buscar en un futuro cercano sobre el tema, toda vez que se inscribe dentro de las culturas musicales mexicanas, con vigencia incuestionable en las diversas regiones que son México.

Hablar de estudios académicos con rigor y pretensión de objetividad y cientificidad en el tópico, es referirnos a Jesús Jáuregui, Arturo Chamorro y Álvaro Ochoa Serrano, quienes desde hace bastantes años dan seguimiento y tratamiento a las fuentes, presentándolas como discursos, acercamientos y a su vez como esquemas que ni duda cabe son y serán indispensables para futuras investigaciones sobre el mariachi.

Siguiendo el orden de aparición citado en el apartado final de las fuentes consultadas, es que abordaremos primero “El conjunto mariachi a partir de su apariencia sígnica”, en De occidente es el mariache y de México, de la autoría de Arturo Chamorro. En este breve ensayo, el referido autor pone a discusión la evolución de la indumentaria y la estructura orgánica instrumental del mariachi, centrándose en el uso de la trompeta en el mariachi moderno, incursión promovida por Emilio Azcárraga para la promoción y difusión de este conjunto típico musical del occidente mexicano, en programas radiofónicos de la XEW.

Para Arturo Chamorro la presencia de la trompeta es un signo de ostentación y no tanto de identidad, es también un elemento de la moderna orquestación, que le ha dado al mariachi un sonido ornamental y de fuerte presencia armónica (Chamorro, 2001, p. 18). Es pues la imagen del mariachi que se ha venido promoviendo desde el fin del siglo XX, en un contexto transnacional y transregional, la pregunta central de su propuesta académica. Para él, mariachi es conjunción de apariencia y sonido.

2006 significó la publicación y distribución de Mariachi antiguo, obra cumbre del mismo Arturo Chamorro Escalante, tlaxcalteca investigador del Colegio de Jalisco. Como parte de la colección “Culturas populares de Jalisco”, es que el ya subrayado texto vio la luz, siendo desde entonces referente obligado en cuanto a los estudios del mariachi se refiere.

La investigación de Chamorro es una invitación a adentrarnos en el apasionante mundo de la historia de la música regional mexicana, manifestación de cultura expresiva de las identidades jaliscienses. Para el autor de Mariachi antiguo, “identidad” es un concepto que atañe a la regionalización, reflejándose en un apego al terruño, al lenguaje, la comida, las fiestas y por supuesto a la música, misma que muestra su rostro más acabado en el mariachi (Chamorro, 2006, p. 13).

El estudio del mariachi antiguo debe ser considerado como testimonio invaluable de la musicalidad y de las tradiciones populares que le dan presencia a las identidades regionales. Es decir, en Jalisco encontramos la cultura expresiva del mundo indígena, frente a las del ranchero criollo o las del mestizo jalisciense; en el norte y en el sur de Jalisco se conformó un mariachi indígena que confronta con el mariachi mestizo, mientras que en Los Altos se encuentra otro tipo de mariachi mestizo, que mantiene pocos vínculos con el del sur y el de la costa.

Chamorro propone remontarnos a la época prehispánica y su tradición musical para comprender desde una visión más universal y abarcante a nuestro mariachi. No olvida la vertiente africana dadas las constantes migraciones de esclavos negros a Nueva España. En suma, para Arturo Chamorro Escalante el mariachi no es un producto cultural que tenga su origen en Europa, sino que es una manifestación musical del sincretismo a lo largo de más de cinco siglos. Sería ingenuo e irresponsable pensar y afirmar que fueron los europeos, los franceses, los alemanes, los polacos, quienes vinieron a dar a conocer la música, cuando es claro y harto evidente que ésta ya era parte medular de la vida cotidiana de las civilizaciones mesoamericanas.
Así pues, las vertientes indígenas del mariachi son la nahua en la costa michoacana cercana a Colima, que de alguna manera se encuentra próxima al sur de Jalisco; a la presencia nahua en Ayotitlán y Telcruz, y la cora y wixárika, en el norte de Jalisco y su proximidad con Nayarit.

Chamorro Escalante no esta interesado en abordar el asunto ya tan trillado y otrora discutido sobre el origen del término mariachi, el cual se ha vuelto una obsesión dentro de la historiografía jalisciense. Su interés es el de reconocer los fenómenos de una práctica cultural que afronta nuevas perspectivas, como la de entender por qué se promueve un culto inducido al criollismo, tomando como modelo el mariachi moderno, vendiendo una sola identidad jalisciense.

Según el citado investigador, hay una negación sistemática –y una falta de memoria histórica- al mariachi antiguo, por considerarlo agrícola y rural, parte de un pasado al que no se debe voltear ni para agarrar vuelo. Además de estar asociado a la festividad religiosa, la práctica ritual de cantos y alabanzas, lo cual representa un problema para muchos, sobre todo por la desvinculación forzada que se pretende hacer de una historia nacional que innegablemente guarda estrechos lazos con el catolicismo y sus prácticas sociales.

El mariachi hoy es un negocio, un producto vendible: una mercancía cultural. Como negocio del espectáculo folklórico ha propiciado el surgimiento de tradiciones inventadas que poco tienen que ver con la otra historia, aquella que algunos historiadores han denominado la contrahistoria. Se ha manipulado la imagen, la idea y se ha etiquetado al jalisciense como un charro que usa botas, sombrero, toma tequila y canta al son de la trompeta, instrumento musical que identifica al nuevo mariachi, al moderno, al que casi todos conocemos; al Vargas de Tecalitlán, al que se comercializa en un espacio económico transnacional.

La tercera fuente consultada para la presente revisión historiográfica es un testimonio de Cornelio García Ramírez, mismo que se intitula “El mariachi antiguo de Jalisco”, publicado en la obra colectiva De occidente es el mariache y de México. En él, el autor, quien además labora en la Secretaría de Cultura de Jalisco, comparte con sus lectores algunas vivencias familiares e individuales, donde invariablemente aparece el mariachi, siendo de su interés o mejor dicho, su propósito, el resaltar la importancia que todavía tiene para los jaliscienses, su vida cotidiana y sociabilidad: el mariachi.

Semejante a lo que sucede con la tambora en Sinaloa, la música de troqueros en el noreste mexicano y José Alfredo Jiménez Sandoval en Guanajuato, el mariachi está presente en eventos tan importantes como el nacer y el morir, viniendo a mi mente aquellas sabias palabras del poeta de Dolores Hidalgo, inmortalizadas en “Caminos de Guanajuato”, que a la letra expresan en la primera estrofa: No vale nada la vida / la vida no vale nada/ comienzas siempre llorando/ así llorando se acaba/ por eso es que en este mundo/ la vida no vale nada.

Jesús Jáuregui del Instituto Nacional de Antropología e Historia, es el más importante investigador social, antropólogo siendo preciso, quien desde hace veinte y cinco años estudia meticulosamente al mariachi, reuniendo documentos, imágenes y testimonios. Nació en 1949 en Jalisco, posteriormente fue trasladado junto a su familia a la capital del estado de Nayarit, en el Occidente de México. Referencias que nos permiten comprender en gran medida el por qué de sus motivaciones para estudiar por tanto tiempo y con tanta pasión este rostro cultural con el que se identifican millones de mexicanos. En estos datos nos explicamos la etiología de su obra, no es casualidad sino más bien causalidad su interés por demás válido y legitimo, pues palpa, vive y siente la región donde nació el mariachi antiguo, Nayarit, y el estado donde se terminó por configurar el moderno, Jalisco.


Su obra, su invaluable y me atrevo a afirmar, incomparable aportación a los estudios sobre el mariachi y en general a los de la música regional – popular mexicana, marcan un antes y un después; un camino a seguir, una base, unos cimientos sobre los cuales se construirán edificios intelectuales que cada vez un poco más nos ayudarán a conocer todos los horizontes, todos los escenarios, todos los planos, todos los rostros de la o las historias de nuestra música y su desarrollo histórico en un contexto nacional y regional, tomando relevancia pues los estudios regionales nos ayudan a conocer particularidades, especificidades y procesos diferentes de un mismo objeto de estudio como lo es el mariachi.

Jáuregui desmiente que el mariachi sea de Jalisco, dejando en claro que éste no es una expresión única del mencionado estado, es decir, las divisiones políticas y geográficas nos son suficientes para delimitar una práctica cultural ni mucho menos la identidad se crea por decreto político. El mariachi es una tradición de una región amplia, que se puede identificar desde la Alta California hasta Oaxaca. Por lo tanto, reitero, no es exclusivamente jalisciense, argumento vendido desde los inicios del periodo cardenista y legitimado desde el cine y la fotografía, discursos mediante los cuales millones de mexicanos históricamente –quizás no de forma razonada- se acercan a la historia.

Jáuregui presenta una síntesis magistral de la tradición mariachera, clasificándolo en: antiguo y moderno. Para el investigador del INAH, son los documentos los que le permiten afirmar que “mariachi” no es de origen francés y que esta vinculación al viejo continente responde a una necesidad estrictamente europocentrista por creer con una necedad que a veces resulta enfermiza, que somos más europeos que mesoamericanos, africanos e inclusive árabes.

Para Jáuregui hay una negación ancestral de lo mexicano y pensamos o nos convencen que cualquier cosa, manifestación, práctica socio – cultural que tenga trascendencia y resonancia no es de aquí, que tiene que venir de Europa o de Estados Unidos para reconocer el valor y su importancia.
Comenzó a hacer trabajo de campo como todo antropólogo, primero asistió a fiestas, siendo su primer contacto, en busca de las raíces históricas, el rancho de Juanacaxtle, en el municipio de La Yesca, Nayarit, que colinda con el municipio de Hostotipaquillo en Jalisco. A esa fiesta fueron habitantes de ambos municipios y nadie se preguntó si el mariachi era de Jalisco o de Nayarit, era una tradición evidentemente compartida por los asistentes y participantes, siendo claro que sí existe un regionalismo artificialmente cultivado.

Cuándo y quién incorporo la trompeta al mariachi en su estructura actual, son cuestiones sobre las que también abona Jáuregui en sus investigaciones. De acuerdo con él, ésta se incorporó en la segunda mitad del siglo XIX, con la llegada masiva de bandas militares. Muchos de los militares desertores, huían a pueblos alejados para evitar ser encontrados y castigados, tocando en diversas agrupaciones musicales, sobre todo en el Occidente del actual México.

La primera imagen, fotografía o gráfico en la que aparece un mariachi incorporando trompeta corresponde a 1892, en Tepic, Nayarit. En ese momento la trompeta era eventual, siendo los cordófonos la base de la melodía. Para finales del siglo XIX, la música contaba con dos violines de rancho, arcos cortos y primitivos; un pistón lleno de abolladuras; dos guitarras remendadas intencionalmente, pues es fama que así suenan mejor, y un contrabajo monumental. (Jáuregui, 2007, p. 49).

Como instrumento orgánico e indispensable del mariachi, la trompeta se gesta en la década de 1930, por estos años comienza a ser costumbre, sobre todo en la Ciudad de México, es por eso que Jáuregui afirma el mariachi con trompeta se consolidó en la capital. Miguel Martínez, fue el primer trompetista del “Mariachi Vargas de Tecalitlán”, la cual fue introducida a sugerencia del dueño de la XEW, Emilio Azcárraga, que bien puede ser considerado promotor mediático de la incorporación de la trompeta al mariachi moderno.

Para Jáuregui, el mariachi sufre una grave crisis en México, y los medios masivos de información tienen responsabilidad en ello, paradójicamente hacen lo contrario: desinforman, confunden, manipulan. No es ningún secreto que la globalización y por ende la revolución electrónica trajo como consecuencia la conversión de la información en mercancía cuya venta y distribución reporta altos beneficios a ciertos cotos de poder, a unos cuantos en perjuicio de millones.

El mariachi no escapa a este fenómeno, a la modernidad. Hoy la televisión y la radio se interesan poco en él y casi no lo difunden. Contrario a esto, es arrollador en Estados Unidos, en Europa, en Asia. Por ejemplo, el “Mariachi Romatitlán” de Italia, realiza giras en Irak y Argelia, logrando éxitos masivos. Es entendible si hacemos memoria y recordamos que los instrumentos del mariachi vienen del mundo árabe, llegaron a España procedentes de Bagdad en el lejano 901.

La gran transformación del mariachi se inició en el cardenismo (1934 – 1940). Para entonces ya se habían realizado giras como portadores de una tradición jalisciense, inclusive ya existían giras al extranjero como representantes del folclor mexicano (Jáuregui, 2007, p. 99).

La figura del “charro cantor” fílmico se inauguró con Tito Guízar en “Allá en el rancho grande” de 1936, y el primer ídolo fue el guanajuateño y guanajuatense Jorge Alberto Negrete. El otro charro ídolo ranchero fue el sinaloense Pedro Infante, actor e intérprete polifacético. El último icono fue Gabriel Siria Levario, mejor conocido como Javier Solís.

En 1994, Televisa anunció la muerte del mariachi en su programación, de hecho se negó a participar en el Primer Encuentro Internacional del Mariachi, realizado en Guadalajara ese mismo año. De pronto la competencia, es decir, Televisión Azteca transmitió la telenovela colombiana “Café con aroma de mujer”, protagonizada por Margarita Rosa de Francisco, proyectando al mariachi, símbolo mexicano, en todo el continente americano.
Mitote, fandango y mariacheros, editado por El Colegio de Michoacán y El Colegio de Jalisco, del cual es autor Álvaro Ochoa Serrano, es otra de las investigaciones sociales sobre el mariachi. El autor presenta la arquitectura de su obra como una serie de pequeños ensayos sobre tópicos relacionados con el objeto investigado. Inicia con un recorrido histórico que inicia en 1533, sobre la tradición musical en Michoacán, Guerrero y Guanajuato; habla de la incursión y uso de la tambora en la música de mariachi y de cómo esta música –mediante la migración- llegó a los estados del norte de México y a los Estados Unidos mismos. La tambora no es pues un instrumento privativo de la banda regional sinaloense ni del tamborazo zacatecano; es un elemento que desde hace siglos juega un rol importante en la configuración musical de las distintas regiones de México.

Ochoa Serrano nos habla del uso del arpa grande en los conjuntos de mariacheros en Zamora, Morelia, sur de Guanajuato y Tierra Caliente. Que duda cabe que es fundamental este tipo de aportaciones a los estudios sobre la historia de la música regional mexicana, toda vez que a partir de la búsqueda, interpretación y escritura de lo que “realmente sucedió” es que, tendremos más elementos, datos, referencias que nos permitirán dialogar con otras realidades musicales.

Se abordan las malagueñas, las valonas y el mariachi como un concierto de tres mundos, entendiéndose con esto al encuentro árabe – afro ibérico y mesoamericano en las músicas mestizas, como lo es el mariachi. Coincidiendo con Jesús Jáuregui en lo que se refiere al periodo cardenista y la legitimación del mariachi por parte del estado mexicano. Puesto luego en escaparate, dentro del TLCAN, en el tianguis del libre comercio, transformándose en grupo de estereotipo al través de los mass media (Ochoa, 2000, p. 93).

Lázaro Cárdenas buscó unificar bajo el liderazgo del Estado, apoyándose en expresiones artísticas que facilitaran un retorno a las raíces de la mexicanidad. Desde su campaña electoral se apoyo en el mariachi para enviar sus mensajes a las clases trabajadoras y campesinas, por ser éste un conjunto de cuerdas sin percusiones. Sin olvidar que Cárdenas era un afromestizo – criollo que procedía de Jiquilpan, bastión del mariachi, cerca de Colima y Tierra Caliente.[1]

Así, ligado a la campaña política cardenista, el mariachi terminó imponiéndose como prototipo de grupo musical de factura nacional, apoyándose en la radio, el cine y las fonolas, para su mayor difusión. Empezó a destacar en éstos la variedad, sobre todo más el de cuerdas y trompeta que no tanto el de arpa grande ni el de tambora. Es más, en los comienzos de los cuarenta Antonio Gomezanda pretendió llevarlos en traje ranchero a las alturas, en tres actos, a la ópera (Ochoa, 2000, p. 108).

El herradero sería la ocasión para fiesta y lugar donde marcar a los becerros o potros con un fierro candente. Charro o charra, originalmente el campesino o campesina de Salamanca, en España. El término mariache o mariachi indicó inicialmente un tenor social amplio que incluía fiesta, holgorio, ambiente, música, músicos, baile, bailadores, tarima, espectadores y bebida. El mariachi se conoció como fandango antes de la primera mitad del siglo XIX en México. Fandango es una palabra bantú, africana, que significa caos y lleva consigo un convite, una invitación a la fiesta (Ochoa, 2001, pp. 137 – 148).

Los términos fandango y mariachi comprenden en sus entrañas no sólo la música sino además la variedad instrumental usada para componer música tales como artefactos de cuerda, tambora o tambora y alientos. Históricamente el mariachi estaba ligado a la vida ranchera, campestre. Fue hasta la década de 1950, que para entrar al mundo del espectáculo, los mariacheros se pusieron la vestimenta catrina de la elite rural, se untaron los pantalones de charro, chaleco, sarape y el sombrero ancho.[2]

El mariachi es mexicano, y más allá de la comercialización, es quizás un símbolo artificialmente construido, pero símbolo al fin; representante de la “mexicanidad” allende de nuestras fronteras geográficas y políticas. Tan importante es que en los Estados Unidos de Norteamericana, en universidades como la UCLA, se tiene un mariachi que participa de forma permanente en eventos culturales dentro y fuera de la Universidad de California en Los Ángeles (Romero, 2001, pp. 171 – 180).

En la Universidad Harvard, Bostón, Estados Unidos, existe otro mariachi universitario bautizado como “Veritas”, fundado en 2001 por Beatriz Miramontes, estudiante de arqueología. En ese sentido resulta alarmante que la Universidad Nacional Autónoma de México, la más importante de Latinoamérica, no tenga un mariachi universitario. Situación que refleja y evidencia el descuido del Estado y en general de las instituciones oficiales para con el mariachi.

Inclusive el mismo Barack Obama, en las pasadas elecciones (2008) por la presidencia de los Estados Unidos de Norteamérica, se valió del mariachi y del corrido, ambos mexicanos, para acercarse y ganar votos de la comunidad latina. Miguel Orozco es el creador de una las composiciones que en una de las estrofas dice:

A Barack Obama
este corrido le canto
humilde fue nacido
trabajador de Chicago
protegiendo a la clase trabajadora
igual que el gran César Chávez (Jáuregui, 2008, pp. 50 – 88).

Siempre es y será un buen momento para que los investigadores sociales se interesen y ocupen de las distintas manifestaciones – prácticas culturales y musicales como lo es el mariachi. Queda claro que aún cuando en la actualidad éste se encuentre un tanto marginado de los medios oficiales, no deja de ser importante y rico como objeto de investigación para la historia.

El objeto y los sujetos que le dan vida, son tierra fértil, podemos abrir el abanico, proponer nuevos enfoques, estoy pensando en partir de problemas específicos tales como el mariachi en Irapuato, a partir de dos iconos: el “Mariachi Principal de Miguel Pitayo” y el “Mariachi del Chato Hernández”; también podríamos trabajar la música de mariachi en Colombia, en fin, el tema es amplísimo y resulta por demás atractivo para futuras investigaciones. Queda pues la invitación para que más investigadores sociales se sumen a la tarea, que ingresen al mágico mundo de la música y su relación con la historia científica.

Fuentes
Chamorro, Arturo, “El conjunto mariachi a partir de su apariencia sígnica”, en De occidente es el mariache y de México, México, Colegio de Michoacán / Secretaría de Cultura del Estado de Jalisco, 2001, pp. 17 – 30.
Chamorro Escalante, Arturo, Mariachi antiguo, México, Gobierno del Estado de Jalisco / CONACULTA / Colegio de Jalisco / Editorial Agata, 2006, 145 p.
García, Cornelio, “El mariachi antiguo de Jalisco”, en De occidente es el mariache y de México, México, Colegio de Michoacán / Secretaría de Cultura del Estado de Jalisco, 2001, pp. 63 – 71.
Jáuregui, Jesús, “Un antropólogo estudia el mariachi”, en Ritos de paso, México, CONACULTA / INAH, 1995, pp. 1 – 35.
Jáuregui, Jesús, “Una subtradición mariachera nayarita: la de Xalisco”, en De occidente es el mariache y de México, México, Colegio de Michoacán / Secretaría de Cultura del Estado de Jalisco, 2001, pp. 33 – 61.
Jáuregui, Jesús, El mariachi, México, INAH / CONACULTA / Taurus, 2007, 394 p.
Jáuregui, Jesús, “Apostillas a El mariachi”, en Istor: Revista de historia internacional, México, CIDE, año IX, 34, otoño de 2008, pp. 50 – 88.
Moreno Rivas, Yolanda, Historia de la música popular mexicana, México, CONACULTA / Alianza Editorial Mexicana, 1979, 273 p.
Ochoa Serrano, Álvaro, Mitote, fandango y mariacheros, México, Colegio de Michoacán / Colegio de Jalisco, 2000, 152 p.
Ochoa Serrano, Álvaro, “Mariache, mariacumbetze y charros”, en De occidente es el mariache y de México, México, Colegio de Michoacán / Secretaría de Cultura del Estado de Jalisco, 2001, pp. 137 – 148.
Rodríguez López, Víctor Hugo, “El mariachi de Colima”, en De occidente es el mariache y de México, México, Colegio de Michoacán / Secretaría de Cultura del Estado de Jalisco, 2001, pp. 95 – 105.
Romero, Brenda, “La creciente popularidad del mariachi en los Estados Unidos”, en De occidente es el mariache y de México, México, Colegio de Michoacán / Secretaría de Cultura del Estado de Jalisco, 2001, pp. 171 – 180.
[1] Los antecedentes africanos de Lázaro Cárdenas del Río, han sido rastreados y documentados en los registros parroquiales de Jiquilpan un siglo atrás, el XVIII, hasta llegar a 1895.

[2] La China Poblana era el retoño de india y mulato.

1 comentario:

Yomiko_chan dijo...

Excelente articulo!
soy una admiradora de la cultura mexicana,gracias por publicar byes!